MARTIN LUTERO, REFORMADOR
sábado, 18 de mayo de 2013
PERSONALIDAD DE MARTIN LUTERO
¿MARTÍN
LUTERO, REFORMADOR?
Martín Lutero (1483-1546) fue un teólogo alemán
cuya ruptura con la Iglesia católica puso en marcha la Reforma protestante en
Eisleben y Turingia. Contrariando la voluntad de sus padres se hizo monje
agustino en 1505 y comenzó a estudiar Teología en la Universidad de Wittenberg,
en donde se doctoró en 1512. Siendo ya profesor comenzó a criticar la situación
en la que se encontraba la Iglesia católica. Lutero denunció de forma
contundente la frivolidad en que vivía gran parte del alto clero a raíz de una
visita a Roma en 1510.Y también el que las bulas eclesiásticas, documentos que
teóricamente concedían indulgencias a los creyentes por los pecados cometidos,
fueran objeto de un tráfico puramente mercantil. Un hecho notable fue el
casamiento de Martin Lutero con Catalina Von Bohra, en 1552. Catalina había
sido monja y se había fugado del convento con otras compañeras. Hija de una
familia noble tuvieron seis hijos y también adoptaron niños, algunos de los
cuales murieron en la infancia. Este hecho sirvió para incentivar el casamiento
de sacerdotes y monjas que habían preferido adoptar la Reforma Protestante.
1. ¿Humor, locura o perversidad?
Bien está lo que bien
acaba. Este célebre aforismo
shakespeariano (All’s well that
ends well) no se cumplió en Lutero, cuya vida tuvo un final nada envidiable. Las últimas palabras de Lutero a sus familiares
antes de morir fueron estas: “Después de mi muerte, conservad sólo una cosa: el
odio contra el romano pontífice”. Y en el epitafio puede leerse: “Durante mi
vida fui tu peste, Papa; con mi muerte seré tu muerte”. O lo
que es igual, Martín Lutero vivió y murió odiando. Pero esto no es todo. Lutero
dijo también: “Sé pecador y peca fuerte, pero confía y alégrate más fuertemente
aún en Cristo, vencedor del pecado, de la muerte y del mundo. Hay que pecar
mientras vivamos aquí (…). Basta con que por la riqueza de la gloria hayamos
conocido al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de éste no nos
apartará el pecado, incluso aunque forniquemos y matemos miles y miles de veces
cada día (…). Reza fuerte aunque seas un pecador fortísimo”.
2. Recuerdos autobiográficos
“Yo, Martín Luther, nací en el año
1483. Mi padre fue Juan, mi madre Ana y mi patria Mansfeld. Mi padre murió en
el año 30 y mi madre en el 31. En el año 1516 comencé a escribir contra el
Papa. En el año 1518 el doctor Staupitz me liberó de la obediencia de la orden
y me dejó solo en Augsburg, donde había sido citado para comparecer ante el
emperador Maximiliano y el legado pontificio, que estaba allí por aquel
entonces. En el año 1519 me excomulgó de la Iglesia el Papa León, lo cual
constituyó una segunda liberación. En el 1521 me proscribió el emperador
Carlos, en una tercera “absolución”. Pero el Señor me acogió. El doctor
Staupitz me dijo: “Te exonero de mi obediencia y te encomiendo a Dios”.
Según H. G. GANSS, “su padre, Hans, era un
minero áspero, duro, de carácter irascible que en opinión de muchos de sus
biógrafos hubo de huir de Mohra, lugar de su familia, por una expresión de
rabia incontenida, una herencia congénita que transmitió a su hijo mayor, para
escapar de la pena u oprobio de homicidio. Esto, aunque expuesto por primera
vez por Wicelius, un convertido del luteranismo, ha sido admitido en la
tradición e historia protestante. Melanchton dice de su madre Margaret Ziegler
que destacaba por su "modestia, temor de Dios y devota de la oración"
(Corpus Reformatorum", Halle
1834). La vida en su hogar se
caracterizó por una extrema simplicidad y severidad inflexible, de manera que
las alegrías de la niñez le fueron prácticamente desconocidas. Su padre le
golpeó una vez de forma tan inmisericorde que huyó de casa y estaba tan
"amargado contra él que tuvo que ganarme para él de nuevo". Su madre
"por una simple nuez me golpeó hasta que corrió la sangre y por este rigor
y severidad de la vida en su compañía me llevó a huir a un monasterio y hacerme
monje”.
3. La
leyenda del rayo
"¡Ayúdame, santa Ana; me haré
fraile!" Un suceso que cambió profundamente la vida de Lutero tuvo lugar
el 2 de julio de 1505 cerca de Stotternheim. Lutero, que acababa de graduarse
de magíster y había comenzado el estudio de la jurisprudencia en la universidad
de Erfurt, se encontraba de regreso de una visita a la casa de sus padres,
cuando le sorprendió un grave temporal. Distante todavía varias horas de
Erfurt, se vio en medio de una terrible tempestad eléctrica y un rayo cayó tan
cerca que la presión del aire le lanzó a tierra. En aquel instante invocó a
Santa Ana, prometiendo: "Quiero ser fraile." Lutero se refirió
después varias veces a este episodio. También se considera probado que ya antes
de su experiencia con el rayo, Lutero había acariciado la idea de tomar los
hábitos. A despecho y para enojo de su padre, Lutero cumplió la promesa e ingresó en el Monasterio Negro de Erfurt y
se hizo fraile.
H. G. GANSS se expresa en estos
términos: “La repentina e inesperada entrada de Lutero en el monasterio
agustiniano de Erfurt ocurrió el 17 de julio de 1505. Los motivos que le
llevaron a dar este paso fueron varios, conflictivos y tema de considerable
debate. Él mismo alega, como se ha dicho arriba, que la brutalidad en la vida
del hogar y en de la escuela le llevó al monasterio. Hausrath, su biógrafo y
uno de los estudiosos especialistas en Lutero, se inclina sin reservas por esta
creencia. "la casa de Mansfeld más que atraerle, le repelía".
¿Por qué entró Lutero en el monasterio?
La respuesta que el mismo Lutero da es la más satisfactoria. Lutero, en una
carta a su padre explicando su defección de la antigua iglesia, escribe:
"Cuando estaba aterrorizado y abrumado por el miedo de una muerte
inmediata hice un voto involuntario y forzado". Melancthon lo atribuye a
una profunda melancolía que llegó a un punto crucial "cuando perdió uno de
sus camaradas en un accidente mortal". Cochlaeus, oponente de Lutero,
relata que "en una ocasión estaba
tan asustado en el campo, en medio de una tormenta o sintió tanta angustia por
la muerte de un compañero que murió en una tormenta, que en breve tiempo, para
asombro de muchas personas, pidió la admisión a la Orden de S. Agustín. Mathesius, su primer biógrafo, lo atribuye "
a la fatal muerte de un compañero alcanzado por un rayo en una tormenta" y
Seckendorf, tras cuidadosa investigación, siguiendo a Bavarus (Beyer), un
discípulo de Lutero, da nombre al fallecido amigo de Lutero: Alexius, y
atribuye su muerte a un rayo. D'Aubigné cambia el nombre de Alexius por Alexis
y dice que fue asesinado en Erfurt. Oerger ha probado la existencia de este
amigo, llamado Alexius o Alexis, pero su muerte por rayo o asesinato, según él, carece de toda verificación
histórica. Kostlin-Kawerau relata que volviendo de su "casa en Mansfeld
fue sorprendido por una terrible tormenta con un alarmante aparato eléctrico de
rayos y truenos. Aterrorizado, grita:
"Socorro, Santa Ana, seré monje”.
4. Miedo y terror durante la celebración de
la primera Misa
“En mi
juventud, escribe, me sucedió en cierta ocasión, el día del Corpus Christi,
cuando ministraba con ornamentos sacerdotales en la procesión: me asusté de tal
forma ante el Santísimo que
portaba el doctor Staupitz, que rompí a sudar, hasta pensé que iba a fenecer a
causa de la enorme angustia. Después de la procesión me confesé con el doctor
Staupitz, quien, al ver mis lamentos, respondió: “Ay, que vuestras cuitas no
son precisamente de Cristo”. Acepté estas palabras con gozo y me consolaron
sobremanera”. “Cuando celebré mi primera misa en Erfurt, al leer las palabras
“Te ofrezco a ti, Dios vivo y verdadero”, me asusté tanto, que a punto estuve
de abandonar el altar; y lo hubiera hecho de no haberme retenido mi preceptor.
Y es que pensaba: “¿quién es con el que estás hablando?”. Desde entonces
siempre celebré la misa con terror estremecido y agradezco a Dios que me haya
librado de todo eso”. Entró en el convento contra la voluntad de su padre y
cuando celebró la primera misa preguntó a su padre por la razón de haberle
molestado lo hecho. Su padre le respondió durante la comida: “¿Es que ignoras
la Escritura, que dice: “honra a tu padre y a tu madre?”. Se excusó y dijo que
la tempestad le había llenado de tal pánico, que le obligó a hacerse fraile. Su
padre repuso: “¿No crees que pudo tratarse de un fantasma?”
5.
Angustias del fraile
Palabras de Lutero: “No fui un monje a
quien acuciase demasiado la libídine. Tuve poluciones, pero por necesidades
fisiológicas. A las mujercillas, ni las miraba cuando se estaban confesando. No
quería ver la cara de las penitentes. En Erfurt no oí a ninguna en confesión;
en Wittenberg sólo a tres”. Muchas veces confesé al doctor Staupitz no
problemas de mujeres, sino dificultades de verdad, y él me decía: “No lo
entiendo”. ¡Bonito consuelo! Lo mismo me sucedía al acudir a los demás. En
resumen: que ningún confesor quería hacerse cargo. Pensaba entonces: “eres el
único que tiene estas tentaciones”. Y andaba como si fuese un cadáver inerte.
Hasta que, en vista de mi tristeza y abatimiento, me comenzó a decir: “Por qué
estás tan triste, fray Martín?” Le repuse: “Y cómo queréis que esté?” Me
contestó: “¿Ignoras que esta tentación te beneficia puesto que de otra forma Dios no sacaría nada
bueno de vos?” Esto no lo entendía ni él mismo, porque se imaginaba que yo era
un sabio muy expuesto a la soberbia y a la altanería, de no verme sacudido por
estas tentaciones. No obstante, lo acepté en el sentido paulino: “Se me ha
puesto en mi carne un aguijón (2Cor 12,7). Por eso lo tomé como palabra y voz
del Espíritu Santo.
Siendo fraile, yo era también muy
piadoso en mis tiempos papistas; a pesar de todo me encontraba tan triste y
acongojado que llegué a pensar que Dios me había retirado su gracia. Decía misa
y rezaba; no veía entonces ni tenía a mujer alguna, cosa natural al ser fraile
y pertenecer a una orden religiosa. Ahora el diablo me fustiga con otros
pensamientos. Muchas veces me recrimina: “A cuántas personas has seducido con
tu doctrina”. En ocasiones hallo consuelo, pero en otras circunstancias
cualquier palabra basta para conturbar mi corazón. Una vez me dijo mi confesor,
puesto que siempre acudía a él con pecados estultos: “Eres un necio; Dios no se
enfada contigo, sino tú con él”. Palabras preciosas, grandes, estupendas, que
pronunció iluminado por el evangelio. Pues bien, a pesar de estar convencido de
que con Dios nadie está solo y de que Dios no quería que se atormentara por su
causa, “cien veces al día me veo sacudido por pensamientos contrarios”. Su
amigo Felipe Melanchthon escribe acerca de Lutero como monje joven: "A
menudo grandes terrores le asustaron repentinamente, mientras reflexionaba más
intensamente acerca de la ira de Dios y los ejemplos de Sus castigos; de manera
que casi se volvió loco. Y yo mismo le vi, cuando fue vencido por la tensión en
cierto debate acerca de la doctrina, acostarse en la celda del lado donde
repetidamente oró sobre la idea discutida y lo resumió todo bajo pecado, para
ser perdonado por todo. El sentía estos terrores desde el inicio, o más
agudamente en aquel año porque perdió a su compañero que murió en un
accidente”.
6. Buenos
y malos predicadores
El predicador ideal ha de estar
adornado de los atributos siguientes: 1) que pueda enseñar de forma correcta y
ordenada una materia sutil; 2) que tenga una cabeza muy clara: 3) que sea muy
elocuente; 4) que tenga buena voz; 5) ha de disfrutar de muy buena memoria; 6)
que sepa acabar a tiempo y no canse a los oyentes con exceso de palabrería; 7)
tiene que dominar la materia y entregarse con diligencia a su estudio; 8) tiene
que arriesgar cuerpo y vida, bienes y honor; 9) que esté dispuesto a que todo
el mundo se ría de él. Sobre los malos predicadores cabe recordar la anécdota
siguiente. Dijo la mujer de Lutero a su marido que había oído predicar al
doctor Pommer, el cual se desviaba mucho del tema y mezclaba otros asuntos en
sus sermones. A lo que Lutero respondió: “Pommer predica como habláis las
mujeres, que decís cuanto se os ocurre. Es insensato el predicador que está
convencido de que puede decir cuanto se le ocurra. Un predicador tiene que
mantenerse fiel al tema y esforzarse para hacerse entender a la perfección.
Esos predicadores que se empeñan en decir cuanto se les viene a la mente se
comportan igual que las criadas cuando van a la plaza, se encuentran con otra
muchacha y echan con ella una parrafada o engarzan una conversación; que se
encuentran con otra criada, pues otra parrafada, y así con la tercera y con la
cuarta, que por eso van tan despacio al mercado. Lo mismo hacen los
predicadores que se apartan demasiado del tema y quieren decir todo de una vez.
“Esto es lo que no se puede hacer”.
Lutero habla también de lo que, según
él se requiere para que un predicador sea apreciado por el mundo: 1) Que tenga
muy buena pronunciación; 2) que sea muy letrado; 3) que sea elocuente; 4) que
tenga una presencia tan agradable que puedan enamorarse de él las muchachas y
las jovencitas; 5) que no reciba dinero, sino que reparta; 6) que hable de
temas gratos de escuchar. Sobre los predicadores y la política Lutero dijo que
el predicador no debe meterse en política. Preguntaron a Lutero si un párroco o
predicador tenía potestad para reprender a las autoridades públicas, a lo que
respondió: “Sí, por supuesto (…), hay que reprender a los dirigentes civiles si
dejan que se avasallen los bienes de los súbditos y permiten que se les
esquilme con usuras y mal gobierno. Sin embargo, no es conveniente que un
predicador se ponga a establecer el orden que se ha de observar, ni tasar el
precio del pan, de la carne, etcétera. Lo que tiene que hacer en público es
enseñar que cada uno, según su condición, ha de ajustarse fiel y diligentemente
a lo prescrito por Dios: que no robe, no cometa adulterio, que no maltrate ni
veje, no engañe a los demás ni se aproveche de ellos, etc.”.
7.
Cristo reconciliador
En charlas de sobremesa: “No te lo
imagines (a Cristo) como un juez sentado en el arco iris, puesto que eso te
llenará de terror y de desesperación; es mucho mejor que lo imagines… como el
hijo de Dios y de la virgen María. Personificado de esta manera, no puede
asustar a nadie, no martiriza ni tortura, no nos desprecia a nosotros, pobres
pecadores, no nos pide que le rindamos cuenta de nuestra vida, de esta vida que
tan mal hemos llevado; sino que es una persona que ha quitado los pecados del
mundo entero, que ha querido ser crucificado y aniquilado por propia voluntad
(…). Porque Cristo, según su retrato vivo, no es un Moisés, un carcelero o un
verdugo; es un mediador que nos reconcilia a nosotros, pobres pecadores, con
Dios; que nos regala su gracia, vida y justificación; que se ha entregado a sí
mismo, no por nuestro mérito, por nuestra santidad o justicia, ni por nuestra
honra o nuestras buenas obras, sino por nuestros pecados. Pues, aunque Cristo
en ocasiones interprete la ley, no es este su ministerio propio ni para eso ha
sido enviado por el Padre”. Por lo demás, Lutero denunció la especulación
teológica sobre Dios el cual sólo es asequible a través de Cristo, de sus
hechos y de sus enseñanzas. A Dios no se le puede comprender pero sí percibir,
y Cristo es el camino que conduce a Él, no la especulación teológica ni
siquiera de las Santos Padres. Hay que leer la Biblia directamente y sin
intermediarios.
8.
¿Falsificador del Nuevo testamento?
En charlas de sobremesa Lutero Dijo:
“Mirad, queridos amigos, la enorme oscuridad que se cierne en los escritos de
los padres sobre la fe. Y cuando el artículo de la justificación está envuelto
en la oscuridad, es imposible evitar los errores más groseros. Jerónimo
escribió sobre Mateo, las epístolas a los Gálatas y a Tito, pero ¡con qué
frialdad! Ambrosio escribió seis libros sobre el primero de Moisés, pero ¡qué
poco consistentes son! Agustín no dijo nada especial sobre la fe hasta que se
vio precisado a combatir contra los pelagianos, que fueron quienes le
desperezaron y le hicieron dar la medida de su capacidad. Es cierto que los
padres enseñaron mucho y bien, pero sólo pudieron hacerlo públicamente durante
sus luchas y enfrentamientos. A pesar de ello, no existe exposición alguna
sobre las epístolas a los romanos y a los Gálatas en la que se trasmita la doctrina
pura y correcta. ¡Oh tiempos dichosos los nuestros, que pueden disfrutar de la
verdadera enseñanza! Y, sin embargo, no hacemos caso. Los padres vivieron mejor
que escribieron”.
Luego cargó contra el Papa con estas
palabras: ”Pero el Papa, con sus tradiciones dañinas y humanos estatutos, se ha
precipitado como un nublado, como un diluvio universal, que ha anegado a la
Iglesia, ha encadenado las conciencias a los alimentos, ha ido introduciendo
errores monstruosos y ha llegado al extremo de apropiarse el dicho de san
Agustín: “No daría fe ni al mismo evangelio si la Iglesia no lo hubiera
aceptado, etc.”, y “Yo, el Papa, soy la cabeza de la Iglesia; donde yo estoy,
allí está también la Iglesia, etc.”, cuando únicamente tiene que ser siervo y
servidor de ella. Estos cabezas de borrico no se dan cuenta del motivo de estas
palabras de Agustín, que habla de los maniqueos como si quisiera decir: “No os
creo, porque sois unos herejes condenados; en cambio, la Iglesia, esposa de
Cristo, no puede errar; a ella me atengo”.
En otro momento de las conversaciones
de sobremesa Lutero dijo también: “Desde el momento en que logré la comprensión
de Pablo, me ha sido imposible hacer caso a ningún otro doctor. Se han tornado
en muy poca cosa para mí. Al principio, no es que leyese, devoraba a Agustín.
Pero en cuanto se me abrieron las puertas de Pablo y supe en qué consistía la
justificación por la fe, prescindí de él. Sólo dos sentencias insignes se encuentran
en todo Agustín: Primera: “El pecado se perdona, no en el sentido de que se
deje de existir, sino porque no condena y es dominado”; y la otra: “La ley se
cumple cuando se perdona su incumplimiento”.
9.
Pecar mucho y creer en Cristo
En una carta a Melanchton, fechada el
día de S. Pedro del 1521, Lutero terminó
su mensaje epistolar con estas palabras: “Lo que nunca volveré a hacer es
celebrar la misa privada. Ruego fervientemente a Dios que se apresure a regalarnos
su espíritu en abundancia. Sospecho que no tardará Dios en visitar a Alemania
por lo bien merecido que lo tiene su incredulidad, su impiedad y su odio al
evangelio. Cuando ello suceda nos echarán a nosotros la culpa de este azote,
por haber provocado a Dios con nuestra herejía y nos “convertiremos en el
oprobio de los hombres y desecho de la plebe”; pero ellos hallarán excusa para
sus pecados, se justificarán a sí mismos comprobando que los réprobos no se han
de convertir ni por la bondad ni por la ira y muchos se escandalizarán. Hágase,
hágase la voluntad del Señor. Amén”.
Y lo que es más: “Si eres predicador de
la gracia, predica la gracia verdadera, ten la seguridad de que se trata del
pecado verdadero, no del fingido, porque Dios no salva a los pecadores
fingidos. Sé pecador y peca fuerte, pero confía y alégrate más fuertemente aún
en Cristo, vencedor del pecado, de la muerte y del mundo. Hay que pecar
mientras vivamos aquí. Esta vida no es la morada de la justicia, sino que, como
dice Pedro, estamos a la espera de cielos nuevos, de una tierra nueva en la que
habite la justicia. Basta con que por la riqueza de la gloria hayamos conocido al Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo. De éste no nos apartará el pecado, incluso aunque
forniquemos y matemos miles y miles de veces cada día. ¿O es que crees que tan
menguado es el precio de la redención de nuestros. Reza fuerte aunque seas un
pecador fortísimo”.
10.
Las fobias de Lutero
1)
El demonio
En las charlas de sobremesa salió a
colación Satanás y entre otras cosas Lutero dijo: “Por eso existen aún muchas
regiones en las que habitan los demonios. Prusia está llena de demonios y
Laponia de hechiceros. También en Suiza, cerca de Lucerna, en un monte
altísimo, hay un lago que se llama “Alberca de Pilato”; ahí está furioso
Satanás. Dijo también Lutero que en su patria, en el monte Pubelsberg, hay un
lago que, si se le lanza una piedra y se remueve, se desencadena una tempestad
enorme por toda la región. Son las habitaciones de los demonios, que están
cautivos en ellas”. Cuenta también Lutero que encontrándose en una ocasión
haciendo oración en su habitación, tuvo la sensación de que Cristo en persona
se había hecho allí presente. “Pero enseguida recapacitó, y se dio cuenta de
que tenía que ser el espectro del demonio, ya que Cristo se nos revela en su
palabra y en forma humilde, abatida, tal como estuvo colgado y humillado en la
cruz. Por eso el doctor increpó a la figura: “Vete de ahí, oprobio del diablo.
Yo sólo conozco a Cristo que fue crucificado y que se manifiesta en su
palabra”. Y al momento desapareció la figura, que no era otra que la del
demonio encarnado”.
Otro párrafo interesante sobre cómo pararle
los pies al diablo es el siguiente. “Es muy difícil conocer a Satanás en las
luchas de conciencia, porque se transmuta en ángel de luz y en la persona de
Dios; pero, después que se le reconoce, puedo decir con la mayor facilidad:
“chúpame el culo, etc.”. Después de hacer algunas recomendaciones contra el
odio de Satanás, Lutero hizo la siguiente confesión: “A mí me va muy bien la
bebida generosa, pero no me atrevería a aconsejárselo a los jóvenes, para no
fomentar la libídine”. Es decir que el alcohol le iba bien a Lutero para
combatir al diablo, al cual, por otra parte, le desagrada profundamente la
música, ya que Satanás es el espíritu de la tristeza.
2) Los judíos y los campesinos
Como es sabido, Martín Lutero publicó
un libro Sobre los judíos y sus mentiras.
Entre otras cosa escribió que debían realizarse contra los judíos acciones
como quemar las sinagogas, destruir sus libros de oración, prohibir predicar a
los rabinos, «aplastar y destruir» sus casas, incautarse de sus propiedades,
confiscar su dinero y obligar a esos «gusanos venenosos» a realizar trabajos
forzados o expulsarlos «para siempre». Cuatro siglos después de haber sido
escritos los nazis citaron los ensayos de Lutero para justificar la Solución
Final. Algunos estudiosos han atribuido la Solución Final nazi directamente a
Martín Lutero. Este libro contiene los siete principales
principios por los cuales debe perseguirse a los Judíos, y coinciden
sustancialmente con las mismas levantadas como banderas de lucha por el Nazismo
hitleriano.
Dice
Lutero: “Son estos judíos seres muy desesperados, malos, venenosos y diabólicos
hasta la médula y en estos mil cuatrocientos años han sido nuestra desgracia,
peste y desventura, y siguen siéndolo... Son venenosas, duras, vengativas,
pérfidas serpientes, asesinos e hijos del demonio, que muerden y envenenan en
secreto, no pudiéndolo hacer abiertamente”. En consecuencia, Lutero solicita a
las autoridades civiles y religiosas medidas drásticas para limpiar Alemania de
la calamidad judía. ¿Qué medidas en concreto?
1) “En primer lugar, hay que quemar sus
sinagogas o escuelas; y lo que no arda ha de ser cubierto con tierra y
sepultado, de modo que nadie pueda ver jamás ni una piedra ni un resto”. 2)
“Hay que destruir y desmantelar de la misma manera sus casas, porque en ellas
hacen las mismas cosas que en sus sinagogas. Métaseles, pues, en un cobertizo o
en un establo, como a los gitanos. 3) “Hay que quitarles todos sus libros de
oraciones y los textos talmúdicos en los que se enseñan tales idolatrías,
mentiras, maldiciones y blasfemias”. 4) “Hay que prohibir a sus rabinos –so
pena de muerte- que sigan enseñando”. 5)
“No hay que concederles a los judíos el salvoconducto para los caminos, porque
no tienen nada que hacer en el campo, visto que no son ni señores, ni
funcionarios, ni mercaderes o semejantes. Deben quedarse en casa”. 6) “Hay que
prohibirles la usura, confiscarles todo lo que poseen en dinero y en joyas de
plata y oro y guardarlo”. 7) “A los judíos y judías jóvenes y fuertes, se les
ha de dar trillo, hacha, azada, pala, rueca, huso, para que se ganen el pan con
el sudor de la frente”. A estas medidas Lutero añadió la prohibición de
pronunciar el nombre de Dios en presencia de cristianos. Lutero insiste en que
no hay que ser misericordiosos con los judíos. El objetivo es hacerles la vida
imposible para que se vayan. “Yo, escribe Lutero, he hecho mi deber: ahora que
otros hagan el suyo. Yo no tengo culpas”.
En relación
con los campesinos Lutero tampoco se anduvo con chiquitas. Como es sabido,
inicialmente Lutero condenó las prácticas opresivas de la nobleza que habían
irritado a muchos campesinos. Pero, después, debido al apoyo y la protección
que había recibido de los príncipes y la nobleza, tuvo miedo de disponerlos en
su contra. Así pues, en Contra las Hordas Asesinas y Ladronas del Campesinado
incentivó a la nobleza para que castigara rápida y sangrientamente a los
campesinos. La guerra en Alemania terminó en 1525 con la masacre de las fuerzas
rebeldes por los ejércitos de Felipe I
de Hesse y de Jorge de Sajonia en la batalla de Frankenhausen, en la que seis
mil sublevados perdieron la vida. Según diversas estimaciones, el conflicto
atizado moralmente por Lutero arrojó un saldo de entre 100.000 y 130.000 mil
campesinos sublevados.
3) Los
turcos y el Papa
En otro lugar de las charlas de
sobremesa dijo: “El Papa y el turco constituyen al alimón la persona del
anticristo, porque la persona está formada de cuerpo y alma. El espíritu del
anticristo es el Papa y su carne el turco, puesto que éste devasta
corporalmente a la Iglesia y aquél lo hace espiritualmente. Los dos, sin
embargo, pertenecen a un mismo señor, el diablo, al ser el Papa un mentiroso y
el turco un homicida. Reduce a la unidad al anticristo y encontrarás ambas
cosas en el Papa. Pero al igual que la iglesia apostólica venció sobre la
santidad de los judíos y la potencia de los romanos, de la misma forma seguirá
venciendo en nuestros días la hipocresía del Papa y la potencia del turco y del
emperador. Lo único que tenemos que hacer es orar”. Más aún: “En el aspecto
religioso, el turco y el Papa se diferencian sólo por las ceremonias. Aquél
observa las ceremonias mosaicas, éste las cristianas. Ambos degradan esas
observancias, porque al igual que el turco lacera los lavatorios de Moisés, así
el Papa ensucia el recto uso del bautismo y de la eucaristía”. Hablando de los
turcos dijo: “Si yo fuera Sansón, enseguida remediaría todo el problema;
mataría diez mil turcos por día, lo que arrojaría trescientos cincuenta mil en
un año”.
Hablando del Papa aclaró que hay que
distinguir entre la doctrina que enseña y su vida. “Nosotros vivimos mal, como
mal viven los papistas. No luchamos contra los papistas a causa de la vida,
sino de la doctrina. Y poco después de ilustrar esta actitud, añade: ”En
concreto: si afirmamos que el reino y oficio del Papa, de las mamarrachadas de
los obispos, clerizontes y frailes no está fundado en derecho, es malo y nada
virtuoso, estamos diciendo sencillamente que tampoco su vida es buena. Por el
contrario, donde se halle la palabra incontaminada, se vivirá correctamente,
aunque se cometan faltas”. Luego trata de llevar el agua a su molino y dice:
“El motivo primordial por el que he atacado al papado estriba en que el Papa se
vanagloriaba de ser la cabeza de la Iglesia y condenaba a cuantos rehusaban
someterse a su autoridad y a su poder. Pretendía y afirmaba que, aunque Cristo
fuese la cabeza de la Iglesia, también había que aceptar una cabeza visible en
la tierra, lo que hubiera aceptado yo de buen grado, si él hubiera enseñado el
evangelio puro y limpio, en vez de enseñar futilidades humanas, mentiras y
asnales pedorreras. Además, usurpó el poder sobre la iglesia sagrada, sobre la
Escritura santa y sobre la palabra de Dios. Nadie que no fuera él, y no lo
hiciera según su cabeza de borrico, podía exponer la Escritura. Después se
constituyó en señor de la iglesia, a la que proclamó como señora poderosa y
emperadora de la Escritura, ante la que había que apartarse y a la que se tenía
que obedecer. Y esto no era posible aguantarlo. Aún en nuestros días se amparan
en ello los adversarios; reconocen que nuestra doctrina es verdadera, pero la
rechazan porque no ha sido aceptada ni confirmada por el Papa”.
En tono socarrón comparaba Lutero al
Papa con el cuclillo y dijo: “El Papa es el cuclillo; quiere chupar los huevos
de las iglesias y caga en cambio vanidosos cardenales; después quiere devorar a
su madre la iglesia, dentro de la cual ha nacido y se ha criado. Por eso no
puede aguantar las canciones, la predicación, la doctrina de los maestros
piadosos, cristianos y rectos”. Más aún: “El mundo se empeña en no tener a Dios
por Dios ni al diablo por diablo; por eso se ve constreñido a aguantar a sus
vicarios, es decir, al falso vicario de Dios y verdadero vicario del demonio
que es el Papa. El papado es el reino de los impíos, para que obedezcan a la
fuerza a un hombre perverso quienes no quisieron obedecer a Dios de buen grado.
Si el Papa arrojase la tiara, se apease de su sede y del primado, y confesara
que ha errado, perdido a la iglesia y derramado sangre inocente, entonces le
acogeríamos en la iglesia; de otra forma, será siempre para nosotros el
anticristo. Y, por último. Estando ya Lutero muy enfermo y desauciado en
Schmalkalda, dijo a los hermanos que le acompañaban estas palabras de
despedida: “Después de mi muerte, conservad sólo una cosa: el odio contra el
romano pontífice”. Estas palabras testamentarias de Lutero quedaron reflejadas
en su epitafio: “Durante mi vida fui tu peste, papa; con mi muerte seré tu
muerte”.
11. Reflexiones sobre la personalidad de
Lutero
¿Humor,
locura o perversidad? De humor nada de nada. Ni siquiera humor negro. ¿Era
Lutero un perverso? Tampoco sería justo pensarlo. Yo estoy convencido de que
fue un hombre fracasado como hombre y como cristiano. Si es verdad lo que los
expertos nos cuentan de él, murió atormentado por los escrúpulos y odiando.
Ahora bien, como enseña la experiencia de la vida, el odio y el rencor son los
signos más elocuentes del fracaso de cualquier ser humano a su paso por la
existencia. Si a esto añadimos que el amor personal y el perdón a quienes nos
ofenden es la piedra angular de la ética cristiana, Lutero fue como cristiano
un perfecto fracasado. ¿Culpable él de su fracaso? En parte sí porque era un
hombre bien dotado de inteligencia pero no la usó bien. Puso el carro delante
de los bueyes, o sea, el carro de sus sentimientos obsesivos por delante de la
reflexión serena. Por esta circunstancia pienso que su caso hay que
contextuarlo más en el ámbito del miedo y de la locura que de la cordura. Pero
es aquí donde llegamos al punto más delicado de la cuestión. ¿Qué es lo que
puso a este hombre al borde de la locura?
La
respuesta nos la sirve él mismo en bandeja. En casa, cuando era niño, fue
maltratado por sus propios padres, y fuera de casa el miedo existencial permanente
penetró en él como el agua en una esponja. Como consecuencia, para paliar el
miedo y llevar la contraria a su padre, decidió hacerse fraile sin vocación, o
sea, sin haber sido llamado por Dios. Le admitieron, pero no le comprendieron
ni recibió el trato personalizado que necesitaba. Al contrario, le aconsejaron
mal viéndose constreñido a asumir las responsabilidades del ministerio
sacerdotal para lo que él no había nacido. Por si esto fuera poco, la
corrupción en Roma era el pan de cada día para cuya comprensión racional no
estaba preparado. En consecuencia, como D. Quijote en los momentos más
delirantes de su locura, Lutero trató de defenderse diciendo algunas cosas
admirables de carácter teológico y pastoral, pero al tiempo que falsificaba el
Nuevo Testamento llevando el agua a su molino ensañándose contra el Papa, el
cual, todo hay que decirlo, tampoco era en aquel momento un modelo de virtudes
morales. Pero en estas circunstancias es donde se aprecia mejor quiénes son las
personas psicológicamente equilibradas y razonables, y quiénes ponen en acción
la batería de sus sentimientos heridos para vengarse del malhechor, si es que
no pueden destruirlo. Tres observaciones más y dejo a Lutero descansar en la
misericordia de Dios.
Primero,
en lo que se refiere a su teoría sobre la justificación por la sola fe sin
obras buenas. Como es sabido, Lutero sostiene sin ningún tipo de rubor
intelectual que su tesis está avalada en el Nuevo Testamento. O sea, que
aquello de que “obras son amores y no buenas razones” habría que olvidarlo por
más que vaya contra el sentido común y la cordura. No me interesa entrar en la
polémica porque sería perder el tiempo como lo perdían quienes trataban de
convencer a D. Quijote de sus locuras. Pero permítame el lector poner un ejemplo
práctico para desenmascarar la forma intelectualmente deshonesta con la que
Lutero trató de llevar el agua a su molino.
Supongamos
que un profesor de Nuevo Testamento pidiera a sus alumnos que realizaran un
trabajo académico probando con textos de S. Pablo, Santiago y los evangelios la
tesis de Lutero sobre la justificación. Pienso que después de haberse quemado
las cejas para encontrar esos textos auténticos y sin manipular por nadie, a
favor de la tesis de Lutero, se verían obligados a manifestar al profesor la
imposibilidad de encontrarlos porque todos los que tratan del tema enseñan
justamente lo contrario. En su interpretación de la Sagrada Escritura Lutero se
comportó a veces como un falsificador profesional de billetes de quinientos
euros.
Otro
aspecto muy importante de la vida cristiana se refiere a la cuestión del
pecado. Tampoco puedo entrar aquí en la descripción teológica de este concepto
capital de la teología. Baste decir que pecado
es un término que remite inmediatamente a Dios en el sentido de que algo
que hacemos no se ajusta a los designios divinos. Muchas veces el término
pecado equivale a delito por relación a las leyes humanas. Cuando esto ocurre
los términos pecador y delincuente son sinónimos. Lo que pasa es que con
frecuencia las leyes humanas son malas y en estos casos el ajustarse a los
designios de Dios puede ser considerado como delito por los legisladores
humanos. La provocación directa de un aborto, por ejemplo, es siempre pecado
ante Dios pero, desgraciadamente, las leyes humanas tienden a considerarlo sólo
como un delito del que hay que rendir cuentas ante la justicia humana pero no
ante Dios. Traigo esto a colación por lo siguiente.
Como
hemos dicho, Lutero sostenía con terquedad de mulo que lo importante no es ser
santos o canallas sino creer en Jesucristo. Como si dijéramos, lo importante no
es estar sanos o enfermos sino creer que en las farmacias hay medicinas que da
lo mismo tomarlas que no tomarlas. Así pues, peca lo más que puedas y cree en
Jesucristo. Difícilmente se puede hablar con menos respeto de la fe cristiana.
El análisis psicológico de este proceso argumental de Lutero es fascinante y
nos llevaría muy lejos, pero dejémoslo ahí. Baste destacar la ausencia total de
responsabilidad en el manejo de la fe cristiana y de la misericordia divina.
Esta falta luterana de responsabilidad se manifestó de una forma
apocalípticamente descarada en sus fobias del demonio, en la incitación
pasional a la represión de los judíos y campesinos, así como del Papa. Demonio,
judíos, campesinos, turcos y papas, todos ellos, según Lutero, debían se
abominados sin escrúpulos como medida de su defensa personal. La pregunta que
queda siempre en el aire es cómo un cristiano convencido, como era Lutero, pudo
llegar a estos extremos de brutalidad teológica. Igualmente resulta asombroso
que esta personalidad tan desequilibrada sea olvidada sistemáticamente por los
teólogos empeñados en escudriñar su pensamiento. Los locos, como D. Quijote y
los niños, dicen a veces verdades de a puño y sinrazones al mismo tiempo con la
mayor naturalidad, y este fue el caso de Lutero. Pero ¿cómo se incubó este tipo
de personalidad paradójica? En mi opinión jugaron un papel decisivo los
factores siguientes: los malos tratos recibidos en casa por parte de sus padres;
el miedo crónico ante la vida y a Dios; su ingreso en la vida religiosa y
ordenación sacerdotal sin vocación y una dirección espiritual no personalizada
y equivocada.
¿Reformador
o anarquista religioso? Si por reformador religioso se entiende una persona que
pone orden donde hay desorden, paz donde hay guerra, amor donde hay odio y
honradez donde hay corrupción, es obvio que Lutero no fue un verdadero
reformador religioso sino un anarquista de tomo y lomo. Un testigo cualificado
de lo que termino de decir fue el filósofo existencialista danés Sören AaBY
Kierkegaard (1813-1855).
Los
expertos conocen bien los desequilibrios de personalidad de este hombre educado
en el luteranismo estricto. A la inversa que Lutero, Kierkegaard pudo haber
dicho también “con la iglesia luterana hemos topado”. Al final de su vida se
enfrentó abiertamente con la iglesia luterana. Las cosas sucedieron
aproximadamente como sigue. Murió el obispo luterano Mynster y su elogio
fúnebre corrió a cargo del teólogo Martensen el cual presentó a finado como un
testimonio de la verdad. Kierkegaard montó en cólera por esta presentación y en
su Diario atacó sin piedad a Mynster
el cual con su predicación había presentado el cristianismo como una ilusión
más que como una realidad. El cristianismo predicado por el obispo Mynster,
según Kierkegaard, no es cristianismo.
Así pues, emprendió su campaña descalificadora contra el teólogo luterano
Martens publicando dos decenas de artículos sacando la lucha a la calle. El
filósofo se despacho a sus anchas con sátiras envenenadas contra los “curas”
luteranos criticando sus vidas, sus familias y sus prácticas sacramentales. En
un desesperado grito de alarma a media noche suplicó a la gente que dejara de
participar en los cultos oficiales y se separara del orden establecido, que no
es más que una deformación del cristianismo, es decir, “un inmenso agregado de
errores e ilusiones con la amalgama de una débil dosis de auténtico
cristianismo”. En coherencia con esta crítica, el filósofo nórdico se negó en el
lecho de muerte a recibir la comunión de un ministro luterano.
La
lección de fondo es que Lutero no fue un verdadero reformador de la Iglesia
sino que dejó las cosas aun peor de lo que estaban. La paradoja de esta crítica
a la iglesia luterana es que Lutero se enfrentó a la Iglesia católica y ahora
es un luterano quien se enfrenta a Lutero con sus presuntas reformas. Y
termino. La personalidad de Lutero fue resultado nefasto de los malos tratos
recibidos durante la infancia, el miedo y la incomprensión. Pienso que si se
hubieran tenido en cuenta estos datos nos habríamos ahorrado muchos problemas y
discusiones teológicas inútiles si no perjudiciales. Tampoco hay que olvidar
que le gustaba doblar el codo. Hay discursos de Lutero en los que en la primera
parte dice grandes verdades y a renglón seguido dice una incoherencia o una
brutalidad como quien habla sin estar borracho pero que ha bebido más de lo
conveniente. En mi opinión, la ordenación sacerdotal de Lutero fue nula por
haberse llevado a cabo en un contexto de miedo profundo y como gesto
reaccionario contra la voluntad de su padre.
NICETO BLÁZQUEZ, O.P. Madrid 2013.
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